A donde tan deprisa con esa camara?.

Street

Amigos, tengo que ser honesto

Suelo llevar conmigo una cámara cada vez que salgo a la calle —y no, no me refiero a ir por la despensa—. Sí, así como lo escuchan con una cámara, o más.

Cuento con dos cámaras. La primera es una LEICA M10 una belleza y la otra una LEICA M11-P. Las dos son muy austeras en cuanto a especificaciones: no hacen otra cosa más que sacar fotografías. Pero lo hacen bien, y con eso basta. Uso tres lentes: un Elmarit 28mm f/2.8, un Summicron 50mm f/2, y un Color Skopar 35mm f/2.5. Eso es todo mi equipo fotográfico.

Bueno, también tengo una mochila ya muy usada con la que viajo con ellas —con una o con otra— y decido cuál llevar según la ocasión. Si quiero versatilidad y archivos digitales, llevo la M11-P con el 28mm. Si quiero enfocarme solo en hacer fotos, saco la M10 y el 28mm.

Sí… creo que ya se dieron cuenta: me gusta el 28mm. Y tengo que confesarlo: le he descubierto muchas ventajas. Es muy nítido y, al menos para mí y lo que hago, también luminoso. Por lo regular lo uso entre f/4 y f/8. Para mí, eso es suficiente.

No suelo enrollarme con el bokeh. No es mi estilo —por ahora. Lo que me obsesiona es la velocidad: leer la foto antes de que exista. Atrapar personas, momentos.

¿El ISO? Para decir la verdad, no me importa. Es un número casi inmutable para mí. Lo decido según vea la luz al salir de casa y según el sol.

¿El enfoque? Casi siempre está entre 1.5 y 3 metros. Soy tímido al hacer fotos. No me acerco tanto. Prefiero observar. Que la máquina haga su parte.

Y si no pasa nada, no me siento mal. Estoy convencido de algo: no quiero morirme sin haber logrado esa foto. ¿Cuál? No lo sé. Pero por eso no paro. No dejo de apretar el botón.

Eso sí me gusta hacer. Apretar. ¡Pum, morro! —como diría junto con mi amigo Damián. Sin miedo a disparar.

Soy consciente de que es digital. Pero cuando se trata de película, a veces me pongo romántico y saco otra de mis cámaras: una Nikon FE2 con un lente 35mm f/3.5. Me encanta ese lente y los colores que imprime en el cuerpo. Me recuerdan a los juegos del parque cuando era niño: verdes, rosas, azules… tan clásicos.

Esa cámara me gusta mucho. Es ligera, práctica, veloz. Tiene modo A, y no estoy peleado con eso. Disfruto las propiedades de cada máquina. Con cada una llega una filosofía, un diseñador, un arquitecto que tomó decisiones. Y a mí me gusta probar esas decisiones.

¿Y qué más llevo? Ganas. Ganas de caminar.

El sol cada vez está más perro, pero aun así me dan ganas de salir. Suelo hacerlo acompañado por Jake, mi amigo de cuatro patas, inseparable. Créanme: si él pudiera sacar fotos, le regalaría una cámara y hablaríamos todo el día sobre fotografía. Pero no le interesa. Y está bien. Su compañía me basta.

Él va a mi misma velocidad. O quizá yo voy a la suya. Se detiene. Me detengo. Observamos.

Observar es otra de mis pasiones. Es gratis y lo puedes llevar a donde quieras. Porque no solo es que los ojos dejen pasar la luz… También tienen que hacer sinergia con el cerebro. O al menos así lo veo yo.

Busco formas. Cosas graciosas. Sombreros. Personas interesantes. Colores que saltan. Momentos en los que Jake puede posar.

Tengo un inmenso acervo de su silueta peluda. Y a veces me angustia no salir con él, así que prefiero aprender a llevarlo conmigo, pensar que hago fotos junto con él.

También tengo un strap que me cruza el pecho o me permite sujetar la cámara. Es un elemento que suele subestimarse, pero para mí es un aliado. Me da confianza. Me ayuda a sujetar la cámara. Me da velocidad. Supongo que los guitarristas me entenderán.

A lo largo de mi vida, en este intento de ser fotógrafo o simplemente de hacer fotos, me he encontrado con muchos recuerdos que almaceno. Muchas calles que me han llevado… Y que llevo dentro.

Soy un callejero. O como mi papá me decía cuando era más joven: “Eres un andariego.”